Nuestros ancestros veneraban los bosques y a los seres que los habitan ya que veían a la naturaleza en si misma como un lugar vivo, con alma propia, por lo tanto cada árbol y bosque era concebido como un ser sintiente unico y unido a una fuerza mayor, es decir, a la vida en si misma generadora de armonia.
La tierra se consideraba un ser sintiente así como cada uno de sus aspectos, la montaña, el lago, el árbol, el bosque, es decir, todas las manifestaciones de la naturaleza. Esta forma de entender el mundo era común en todas las culturas y tradiciones ancestrales del planeta.
Sin embargo a partir del Neolitico los pueblos comenzaron a sofisticarse y con ello empezaron a compartimentar y diseccionar lo que antaño estaba unificado. A medida que va avanzando esta revolución cultural y social van apareciendo en escena un gran panteón de dioses y los árboles, así como los claros de bosques, dolmenes y menhires comienzan a verse como la manifestación o representación de algún dios, convirtiendolos en lugares de culto de alguna deidad que con la cristianización pasó a ser el lugar de adoración de algún santo patrón vinculado al lugar en cuestión y edificando en su nombre iglesias y/o hermitas, es decir su santuario.
Si dejamos a un lado lo aprendido culturalmente y tratamos de no poner la mente analitica, sin juicio, podremos entonces comenzar a ver y sentir a la naturaleza como un lugar sagrado y trascendente pues la naturaleza emana vida y armonia.
Por ello cuando nos conectamos a un arbol milenario en silencio, desde la observación sin juicio, es cuándo nos permitiremos resonar en con el, armónicamente en su alta frecuencia haciéndonos entrar en un estado de calma, sintiéndonos envueltos en un estado de recogimiento, cariño y armonia. Es como un abuelo venerable y cálido que nos acoje en su estabilidad permitiéndonos conectarnos gracias a su alta frecuéncia a nuestra propia sabiduria.
Por ello es muy importante saber cómo acceder a él, que siempre es desde el respeto y el corazón.
Cuando conectamos con los arboles milenarios nos puede sobrecoger una sensación de veneración, por ello se les llama arboles sagrados, como el abuelo o la abuela que nos acoge en su seno ofreciéndonos ese espacio para que podamos conectar profundamente con nuestro ser.
El arbol está muy presente en el Taoismo y en el Chamanismo, son el punto de encuentro entre el cielo y la tierra, por eso también son la puerta hacia los reinos sutiles.
Hay posturas de Qigong que imitan al árbol, son las que nos aportan más seguridad, firmeza, integridad y conexión cielo – tierra.
Cielo es la representación de la copa que a su vez es nuestra intuición vinculada a la glándula pineal, que nos conecta a las cualidades del alma, de belleza, armonia, calma, felicidad.
Tierra es la capacidad de sentirnos seguros y firmes, sin miedo, estables ante un devenir incierto.
Desde el Paleolítico hasta la Edad Media en Europa la naturaleza ha sido vista como un gran ser sintiente del cuál todos formamos parte, sin embargo a partir del Renacimiento ocurre un gran cisma en el cuál la naturaleza es vista como algo salvaje y agresivo que hay que domesticar, todo ello está inscrito en nuestra memoria colectiva.
Por ello la propuesta de este taller es recuperar nuestra memoria original para vivir desde nuestra eséncia, desde el Ser.
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Monográfico dedicado a quienes deseen:
Pautas para conectar con los arboles y bosques sagrados.
Herramientas para callar la mente y desarrollar la intuición.
Conexión más profunda con nuestra eséncia.
Comenzaremos los talleres con una práctica vinculada al Qigong tanto interno cómo externo, entre otras prácticas psico-corporales con la finalidad de preparar nuestro cuerpo y mente para poder así entrar en sintonía con el entorno y con uno mismo de una manera más profunda.
Recuperando la confianza en nuestras sensaciones podemos establecer un código para entenderlas y asi poder discernir y ver como cada árbol es una entidad en si misma unida a la conciencia colectiva, la vida.
Dejándonos sentir por el árbol milenario nos llevará a conectar con lo más sagrado y profundo que somos.
Susanna Ruiz.